III
Al caminar por la extensa cueva note que había una pequeña pintura con
extraño símbolo. Lo que vi me dejo sorprendido. Se suponía que la pintura era
de hacia 120 000 años y lo que yo veía era la imagen de un libro con este
extraño símbolo. Yo sabía que los primeros libros se habían imprimido hace 2000
años; así que ¿me encontraba en un engaño? Mi cliente lo quería saber. Saque mi
marca paginas que siempre traía conmigo desde mi infancia y con mucha fuerza desprendí
un fragmento de la pintura y le saque una fotografía a aquel símbolo. Quería que
lo analizaran en Francia.
Me hizo pegar un brinco el martillo del subastador. La primera oferta había
sido suficiente para poner fin a la subasta en tan solo unos segundos. Maldije mi
suerte en el vuelo de regreso a Francia, al mismo tiempo que me armaba de valor
para afrontar la ira de mi cliente.
Una vez en mi destino, mientras paseaba por Paris me puse a reflexionar
sobre el error que había cometido en la subasta de la cueva. Mi cliente hubiera
pagado más de los 1200 millones de dólares que pago la ganadora. Algo tenía muy
claro, no volvería a contratarme nunca más.
Me apresure a ponerme en contacto con Mirabelle Darcy, mi joven y
hermosa dama. Había ido a su laboratorio esa mañana para recoger mi marca
paginas y los resultados del análisis de la pintura. Le había enseñado el
misterioso símbolo que había fotografiado con mi celular. Del símbolo no sabía
nada, pero me aseguro que la pintura era autentica, de hace unos 113 000 años.
Sorprendente. Sin embargo, lo que más me emociono fue mi marca paginas. –Sus
compuestos químicos son extraordinarios, Charles. ¡Podríamos ganar el premio
Nobel!- dijo emocionada Mirabelle. ¿Qué le pasaba? Por lo general Mirabelle era
una mujer muy seria y prudente.
Mientras pensaba en Mirabelle, me fije en los establecimientos de la
calle y vi una cafetería con su nombre.
¡Que coincidencia! Entré y me senté, tome algo de café, leí y navegue por
internet en busca de información sobre el símbolo de la cueva. No encontré demasiadas
cosas, solo una pequeña referencia al Orrucrux,
que no sabía ni que era. De seguro una de las tantas leyendas que se
difunden por el internet.
Cuando me trajeron la cuenta, me fije en un numero. Otra coincidencia,
puesto que acaba de leer acerca del temor a esa cifra. Decimocuarto, un invitado que se contrataba para asistir a eventos
que tuvieran la mala suerte de contar con 13 comensales. Actualmente, todavía hay
muchas ciudades donde no existe la Decimotercera Avenida o muchos edificios que
no tienen el piso 13. Este número sigue un temor sobre nosotros.
Fui a pagar la cuenta y, cuando regrese a la mesa, me di cuenta de que
mi servilleta estaba doblada de nuevo y contenía una sorpresa dentro. El mesero
me aseguro de que nadie se había acercado a mi mesa. ¡Que raro! Desdoble la
servilleta y contenía una ficha de un libro, así que decidí devolver dicha
ficha a la biblioteca donde pertenecía. Abrí de nuevo mi laptop para investigar,
y unos minutos después, ya sabía a dónde dirigirme.
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